Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL


1639
Legislatura: 1898-1899 (Cortes de 1898 a 1899)
Sesión: 11 de mayo de 1898
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Réplica
Número y páginas del Diario de Sesiones: 19, 487-490
Tema: Condiciones en que se ha producido el desastre de Cavite

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene S.S.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Si pudiera excusarme, Sres. Diputados, de tomar parte en este debate, lo haría con mucho gusto; pero ya que no puedo excusarme, me habréis de permitir que mi intervención sea muy breve y que no haga cargo de los diversos discursos que los oradores que me han precedido en el uso de la palabra han pronunciado, limitándome a examinar en globo todos aquellos cargos verdaderamente infundados que contra el Gobierno se han dirigido en esta larguísima discusión.

Una de las razones por que no puedo excusarme de tomar parte en este debate, consiste en el requerimiento que me ha hecho el Sr. Salmerón porque tengo que hacer una excepción respecto de su persona, toda vez que ha solicitado de mí una explicación que yo no le puedo negar.

El Sr. Salmerón se lamenta amargamente de que yo haya dicho que si uno de fuera al entrar aquí hubiera oído su discurso, sabiendo las desgracias que sobre nosotros pesan, es muy probable que hubiese dudado que fuera un español el que así hablaba. Pues eso no lo debe extrañar S. S., porque S. S., aun esta misma tarde, ha hecho lo que yo creo que no puede ni debe hacer un buen español. Porque en los momentos actuales, en estos supremos y peligrosísimos momentos por que está atravesando el país, venir el Sr. Salmerón aquí a atacar a las minorías, a atacar a las instituciones, a atacar a la Monarquía delante de una mayoría monárquica, en una palabra, a mover escándalo, ¡ah! eso no lo puede hacer ningún español enfrente de las desdichas que hoy afligen a la Patria. (Muy bien, muy bien.) ¿Cómo he de dudar yo de que S. S. sea español y de que quiera ser buen español? lo que hay es que S. S: es un sectario tan terrible, tan impenitente, tan atroz, permítame S. S. la palabra, que de todo prescinde, dominado por el espíritu de secta.

De manera que S. S. será un gran sectario, será todo lo que quiera, pero el ser un gran sectario le priva muchas veces, a pesar suyo, de ser un buen español.

Por lo demás, créame S. S., yo, por si acaso S. S. se excedía todavía más de lo que se ha excedido, y no se ha excedido poco, tenía aquí preparadas mis baterías, con las cuales pensaba demostrar a S. S. que, no digo yo en España, en ningún país del orbe ni en ningún tiempo han pasado las cosas que pasaron en tiempo de S. S. (El Sr. Salmerón: Tantos desórdenes como ahora, no.- Rumores.) Pero, Sr. Salmerón, ¿quiere S. S. comparar una cuestión de subsistencias, una cuestión de carencia de pan, que en una semana se ha concluido, con lo que pasaba en los tiempos de S. S. al final y como fruto de la obra de S. S.? ¿Quiere S. S. que se lo lea? (El Sr. Salmerón: Sí, lea S. S. lo que quiera. Si he dicho yo ayer que restablecí el orden en España en unos cuantos meses, destruyendo en la Gaceta a generales que estaban al frente de la fuerza armada. -Un Sr. Diputado: Y los cantonales.-El Sr. Salmerón: Ya dije que habría acabado la insurrección de Cartagena si hubiera querido otorgar condiciones, pero exigía que se rindiera a discreción.) Pues voy a leer una sola cosa que no tiene más que dos líneas.

Una persona que con S. S. compartió el poder de la República, tan interesado como S. S. en su triunfo, que trabajó en la opinión más que S. S. por ella, decía de la República lo siguiente:

"Así, de los escarmentados salen los avisados, y aquellos que fuéramos heridos por sucesos tales, no haremos nada, ni directa ni indirectamente, para traerlos otra vez al seno de la Patria."

Eso decía uno que compartió con S. S. las bienandanzas de la República. No quiere que vuelvan más: tales fueron para él mismo, y sobre todo para el país. (El Sr. Salmerón: Precisamente sustenta ahora que no hay más salvación para el país que la República.) Pues si sustentara ahora eso, lo sentiría por él, y como le estimo y le admiro tanto, lo sentiría también por mí.

Créame el Sr. Salmerón: encamine sus grandes talentos, que son verdaderamente grandes, emplee su hermosa palabra, que es verdaderamente hermosa. (El Sr. Salmerón: Pero española.), en mejores di- [487] recciones, porque la fortuna no le será a S. S. propicia; pero si lo fuera, ¡ay de España!. Su señoría perdió, siendo republicano, la República; si tuviera ocasión, perdería ahora la Patria.

Por lo demás, en mi deseo? (El Sr. Salmerón: Con todas esas profecías, ¿cómo no previeron la guerra?) Si tampoco la previó S. S. ¿No le digo que tengo aquí muchas baterías? ¿Es que la previó S. S.? Van a ver los Sres. Diputados lo que decía el señor Salmerón en un discurso que pronunció hace tres años. ¿Quiere S. S. que le lea algunos párrafos?

De ellos resulta que S. S. creía que había bastante en España con 70.000 hombres, porque jamás podía pensarse en que hubiera un conflicto internacional. (El Sr. Salmerón: No he sostenido eso; no es exacto. He sostenido que debía haber un ejercicio permanente de ese número, y reservas organizadas como lo están hoy ya en todos los países de Europa. Grandes y prolongadas protestas.-El Sr. Laserna: El 23 de Abril lo sostuvo S. S.- El Sr. Salmerón: ¡Si lo voy a discutir ahora en el presupuesto de la Guerra!) Señor Salmerón, ¿quiere S. S. que le lea sus propias palabras? De ellas resulta lo que acabo de decir. Es más: de los 70.000 hombres, quería S. S. que estuvieran dispuestos para ir a Cuba y a Filipinas 20.000, por si fueran necesarios. (El Sr. Salmerón: Voluntarios.) Está bien, voluntarios, pero en número de 70.000 para todas las necesidades interiores y exteriores porque S. S. estaba muy lejos de prever un conflicto internacional, que le parecía a S. S. imposible hace tres años. (El Sr. Laserna: Y ya había estallado la insurrección.) Pues bien, de esos 70.000 hombres, voluntarios, como quiera S. S., que consideraba S. S. suficientes para todas las necesidades interiores y exteriores, quería S. S. que el Gobierno tuviera 20.000 dispuestos para enviarlos a nuestras colonias; y decía S. S.: con los 50.000 que quedan, hay bastante para todas las necesidades de la Patria. Vea S. S. como ha sido más imprevisor que el gobierno, que los conservadores, que todo el mundo. De manera que no tiene S. S. autoridad ninguna a para atacar a nadie por imprevisor porque S. S. llegó al colmo de la imprevisión.

Y así resulta de todos los demás cargos que S. S. ha hecho, pero yo no voy ahora a entretenerme en deshacerlos, porque son en su mayor parte tan.. iba a decir tan absurdos, y creo que S. S. no se molestará por ello, porque se han oído aquí palabras bastante más fuertes esta tarde. Pues bien: son tan absurdos, que no es menester que nadie los deshaga, porque se deshacen por sí mismos.

Señores: el partido liberal, al ver que la vida de la Nación estaba pendiente del pavoroso problema de Cuba, al observar que el heroísmo de nuestros soldados y la pericia de sus caudillos se estrellaba contra la asechanza, contra la emboscada, contra la perfidia de un enemigo invisible que rehuía todo combate, esterilizando las victorias de nuestras tropas y haciendo interminable la campaña, creyó que al programa del partido conservador de la guerra por la guerra, debía oponerse al programa de ayudar con la acción política y con la acción económica a los indudables triunfos de nuestro ejército sobre los rebeldes.

Con este programa, ya iniciado antes que estallara la insurrección, mucho antes que estallara la insurrección, pero ampliado y proclamado en el manifiesto de 24 de Junio, con este programa fue llamado al poder el partido liberal, cuyo Gobierno, como bueno, cumplió todos sus compromisos, realizando en todas sus partes ese programa, que en realidad, y dígase lo que se quiera, no era más que una consecuencia lógica e ineludible de la premisa sentada por las reformas del 4 de Febrero, del Sr. Cánovas del Castillo.

Si en Cuba se hubiera tratado de un enemigo poderoso, organizado, que hubiera tenido conciencia de su fuerza y de su deber, que hubiera buscado el combate, o por lo menos no lo hubiera rehuido, ¡ah!, entonces su sumisión o su vencimiento hubiera sido fácil, o por lo menos empresa perfectamente realizable para vuestro valiente ejército, que en tales condiciones vence siempre en todas partes, porque nadie como él representa las energías de la Patria, pero con un enemigo invisible que desaparece en las asperezas y en las espesuras de la manigua, con un enemigo cuyas principales armas son la astucia y la perfidia, y favoreciendo además por un terreno imposible y por un clima mortífero para el ejército español y para todos los ejércitos del mundo, la victoria sería tarea larga, difícil y desproporcionada en sus resultados al esfuerzo, a la perseverancia, al sacrificio y al heroísmo de nuestro ejército.

Por esto el partido liberal quiso siempre que a la acción militar acompañaran la acción política y la acción diplomática.

La acción política, para satisfacer aspiraciones de una gran parte de los cubanos, para restar elementos a la masa de los rebeldes menos intransigentes, para desalentar a los más intransigentes y para quitar a las naciones extranjeras la causa y a los Estados Unidos el pretexto de simpatía y de auxilio al filibusterismo.

La acción diplomática, para, sobre la base anterior, procurar el apoyo moral de las Naciones extranjeras, incluso el apoyo moral de la República norteamericana que hiciese desaparecer del todo del ánimo de los rebeldes las esperanzas que podían abrigar de que con un conflicto internacional podía terminar la soberanía de España en Cuba, puesto que ellos jamás, jamás, jamás, lo sabían bien, podían conseguir semejante resultado por sí solos. Pero sin olvidar nunca la acción militar, que había de completar la eficacia de las otras dos acciones con la afirmación de la pujanza española, con el castigo de los rebeldes impenitentes, con la seguridad de que no había de quedar impune quien no se sometiera a la legalidad, ni había tampoco de quedar en duda de qué lado quedaban con la mayor razón, la conciencia más alta del deber y la disciplina.

Pues bien, Sres. Diputados, estas tres fuerzas dirigidas en el mismo sentido, y al mismo fin encaminadas, empleadas por el Gobierno, unas con una gran sinceridad, otras con una gran energía, produjeron, por de pronto, los resultados que eran de esperar.

Comenzó la presentación de cabecillas caracterizados; el lenguaje de la prensa extranjera, y muy particularmente el de los periódicos oficiosos de todas las Cancillerías de Europa, varió por completo en lo que tiene relación con la conducta de España en Cuba; nuestras columnas empezaron ya a tener guías que las pusieran en más frecuente contacto con el enemigo, y los jefes de esas columnas contaban ya con [488] confidencias ciertas y seguras, todo parecía traer la disolución y la muerte de aquella maldita insurrección.

Pero estas corrientes hacia la paz fueron interrumpidas por el Gobierno de Washington al enviar la escuadra norteamericana a las proximidades de las costas de Cuba.

Desde aquel momento, todo varió, las presentaciones cesaron, los emigrados que se disponían a volver a Cuba, detuvieron su viaje, la misma junta revolucionaria de Nueva York, descompuesta y desalentada, empezó a tomar nuevos bríos, y todo el mundo creyó que debía esperar el resultado de aquella manifestación naval, y también desde entonces las demandas de los Estados Unidos fueron a más intolerables y más imposibles.

A pesar de esto, Sres. Diputados, el Gobierno hizo esfuerzos inauditos para evitar la guerra. Pero llegó un momento en que el Gobierno norteamericano puso al Gobierno español enfrente de este terrible dilema: o la guerra, o el deshonor, o la guerra con todas sus desgracias, o el deshonor con todas sus vergüenzas. (Muy bien.) ¿Qué había de hacer el Gobierno español? ¿Qué hubiera hecho cualquier otro Gobierno? El Gobierno, compuesto de españoles, no podía dudar respecto de lo que tenía que hacer y de los términos del dilema, aceptó el de la guerra.

¿Pero es responsable el Gobierno español de la guerra? No habrá nadie que con fundamento pueda decir semejante cosa. Una Nación poderosa, sólo por serio nos atropelló, y nos atropelló informándonos y además arrojándonos al rostro delante del mundo civilizado la afrenta de una acusación que no podemos de ninguna manera consentir. No es, pues, el Gobierno español responsable de la guerra.

Pero ¿es que la guerra ha venido, por ventura, por el nuevo régimen político en Cuba establecido? Tampoco. Podrá quizás haberla precipitado algo, pero, ¿sabéis por qué? Porque los Estados Unidos, en la política que con España han seguido, no sólo querían arrebatarnos a Cuba, sino que querían arrebatárnosla por mano de Máximo Gómez y Calixto García.

Sí; querían arrebatarnos a Cuba por el cansancio, por el agotamiento de los recursos, por debilidad y aniquilamiento de nuestras fuerzas; de ahí su política, de querer por todos los medios prolongar la insurrección, avivar el fuego, alentar a los rebeldes con la esperanza de un conflicto porque sabían que, aun ganando victoria nuestras tropas, perdíamos en la campaña, cada día que pasaba, enorme cantidad de millones e infinito número de soldados, y claro es que, al cabo del año, resultaban unos gastos y una mortalidad horrible, que, apenas podría resistir ningún país y esperaban que andando el tiempo, España se rendiría y se entregaría a Máximo Gómez y a los insurrectos de Cuba, sin que tuvieran los Estados Unidos que hacer los gastos, ni pasar por los sinsabores, ni correr las aventuras que tenían que correr en una guerra.

Ahora bien, Sres. Diputados, perder un pedazo de territorio en lucha con una Nación más poderosa es sensible, pero después de todo no es deshonra. Naciones más poderosas que la nuestra, en lucha con otras Naciones tan poderosas como ellas, han perdido provincias enteras sin que por eso se hayan creído deshonradas; pero un pedazo de terreno perdido en lucha con Máximo Gómez y Calixto García, eso, más que sensible, sería verdaderamente bochornoso.

No somos, pues, responsables de la guerra.

Pero viene un desastre grande, y se quiere hacer responsable de él a este Gobierno y a todos los Gobiernos de la Restauración. Siempre que hay desgracias, en todos los países se trata de buscar responsabilidad, pero en éste, el Sr. Salmerón y algunos otros Sres. Diputados que han tomado parte importante en este debate, han tratado de buscar la responsabilidad allí donde no la podían hallar porque si España no está tan defendida ni tan provista de los elementos necesarios para la guerra como fuera de desear; créame el Sr. Salmerón, créanme todos los Sres. Diputados que en esto se han ocupado: no es culpa ni de éste ni de ningún partido. La responsabilidad no está en los partidos, la responsabilidad está en las desdichas de la Patria, que han sido muchas, muy frecuentes y muy grandes las que han acosado constantemente a este desgraciado país.

Pues ¿qué?, Sres. Diputados, desde principios de siglo, desde la guerra de la Independencia, ¿hemos tenido acaso alguna época de ocho o diez años con plena paz y con pleno reposo? Pues si hemos tenido paz y reposo, ha sido precisamente en esta última época, a la cual el Sr. Salmerón atacaba tanto porque en ninguna de las que registra la historia de España ha habido más tiempo de tranquilidad ni de reposo que en ésta que S. S. combate.

La responsabilidad, pues, de que no estemos en la plenitud de la defensa del país y en la plenitud de los medios de ataque, no está en los partidos, está en las guerras en que nos hemos visto comprometidos, en nuestras discordias intestinas, en nuestras guerras civiles y en las infinitas desdichas por que ha atravesado este desgraciado país. Y todavía es maravilloso, después de tantas desdichas, que estemos como estamos y que vivamos con independencia y que podamos quizá, es verdad, con adversa suerte, habérnosla con una de las Naciones más poderosas del mundo.

Pues qué ¿no recordáis todos como hemos tenido que proceder para poder cicatrizar las heridas que este país ha tenido en las diversas convulsiones por que ha pasado? ¿No hemos tenido que procurar el arreglo de nuestra desvencijada Hacienda porque no teníamos crédito ninguno?¿No hemos tenido que tratar al país como se trata a un enfermo convaleciente para ver de devolverle la robustez y la vida?

Eso es lo que teníamos que hacer para después de tratar de empresas más altas porque si en el estado de debilidad en que el país se ha visto por esas conmociones frecuentes, hubiéramos ido a buscar alianzas, las habríamos encontrado difícilmente y en malísimas condiciones, pero, cuando arreglada nuestra Hacienda nos hubiéramos presentado robustos y en disposición de acometer cualquiera empresa, cuando hubiéramos podido ir con las manos llenas, como aquí se ha dicho, pero no de territorios, que eso no puede pasar, pero, en fin, en condiciones de poder ofrecer algo en recompensa de lo que se nos diera, entonces hubiésemos podido adquirir alianzas que hubieran podido servirnos ahora, pero hemos tenido, ante todo, que regenerarnos de nuestras desdichas para poder aspirar a cosas mayores. [489]

Y aún en este caso hemos tenido más atención, más consideraciones y más simpatías de las Potencias de Europa que las que se han tenido nunca con este país.

Pero, en fin, yo quiero concluir porque tiempo llegará después, de discutir sobre ciertos puntos de que ahora me veo obligado a prescindir, y además porque no quiero que de mis labios salga palabra alguna que pueda considerarse como ataque a nadie: que yo no vengo aquí a combatir a nadie, ni siquiera vengo a defenderme, mi misión creo que es otra, creo que es la de aunar voluntades, requiriendo su apoyo a todo buen español para que todos juntos podamos salvar las dificultades de que estamos siendo víctimas, dificultades tan graves, que no las conozco mayores en ninguna época de la historia ni en ningún pueblo de Europa.

A la guerra hemos ido porque no hemos tenido otro remedio. Claro está que la guerra ha echado abajo todo programa de Gobierno en lo que tiene relación con los problemas de Cuba, porque la guerra nos impone otro programa, y ese programa de la guerra es aquel que concierte más voluntades, que produzca mayores energías que dé lugar a mayores actividades, que facilite más fusiles, más cañones, más soldados, más barcos, más recursos para responder como es debido a la guerra con la guerra. Y después, Sres. Diputados, cuando vencedores o vencidos hayamos salvado el honor, el programa del Gobierno será? Permitidme que no lo diga porque quizá su publicidad haría imposible su realización.

Además, que bien se comprende que el programa del Gobierno en esta segunda parte dependerá de las circunstancias. Podemos salir vencedores, podemos salir vencidos y podemos no ser ni vencedores ni vencidos; y según sea la situación que alcancemos, así será el programa del Gobierno. ¡Haga Dios que las circunstancias no nos sean adversas, para que el programa pueda ser favorable.!

Había olvidado contestar a una pregunta que me ha dirigido el Sr. Romero Robledo. Ha querido saber S. S. si había crisis. Me extraña que un hombre de tanta experiencia como S. S. haga esa pregunta porque sabe perfectamente que, si no hay crisis, la contestación es que no la hay; y si la hay, mientras no se conozca y se declare oficialmente? tampoco hay crisis. (El Sr. Romero Robledo: Entendido; pero bueno es ir hablando de ello.)

Previa la pregunta que hizo el Sr. Secretario Gayarre, el Congreso acordó pasar a otro asunto, dando por terminada la interpelación del Sr. Salmerón.



VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL